Al que me ama, lo amará mi Padre.
Celebramos el sexto Domingo de Pascua. Es la Pascua del enfermo, la Iglesia quiere llamar nuestra atención para que mayores y enfermos estén en el centro de nuestra pastoral. Es un día que celebramos en la Parroquia, como en tantas otras, el sacramento de la Unción de los Enfermos. Un sacramento para las personas que quieren recibir la fuerza del Espíritu en su vejez o enfermedad, pero que hace bien a toda la Comunidad. Es toda la Comunidad Cristiana la que ora, celebra y vive, junto a ellos, este sacramento. Jesucristo resucitado es fortaleza y esperanza para los más frágiles de la Comunidad Cristiana.
Un Domingo más, escucharemos un fragmento del Evangelio de San Juan, otro de los Hechos de los Apóstoles y otro de la Primera Carta de San Pedro.
En el Evangelio encontramos unos versículos del capítulo catorce de San Juan. Jesús sigue su discurso a los discípulos, les anuncia que pedirá al Padre para que les de otro Defensor, el Espíritu de la verdad. El Domingo pasado escuchamos que Jesús revela al Padre. Verlo a Él es ver al Padre. Ese Padre que ama a su Hijo y este nos muestra ese mismo amor. Por ello amar a Jesús, significa que amaremos así al Padre. Jesús es el centro y el punto de encuentro, en Él recibimos el amor del Padre, y amándolo a Él, amamos al Padre.
Los discípulos recibiremos el Espíritu de la verdad porque conocemos al Hijo. Conocer, creer, experimentar, encontrarnos con Jesucristo supone la apertura al don del Espíritu que nos fortalece y llena de esperanza.
La primera lectura nos habla de algunos frutos de la evangelización de Felipe y los apóstoles. Junto con la curación de los enfermos, la alegría que llenaba la ciudad. Curación y alegría, en este día de la Pascua del enfermo es lo que pedimos para quienes viven postrados en el dolor, el sufrimiento o la enfermedad. Curación, sanación y alegría. Las dos de dentro hacia afuera, la curación de todo mal y de todo pecado, sana nuestro interior y nos llena de gozosa alegría. El sacramento de la Unción de Enfermos además de fortalecer la fe con el don del Espíritu, perdona los pecados, nos acerca la misericordia del Padre, cura por dentro y transforma nuestro ánimo.
De la Carta de San Pedro, tomamos la invitación que nos hace el apóstol a estar prontos para dar razón de nuestra esperanza a todo el que la pidiere. El cristiano, el discípulo de Jesucristo habla con su vida de otra vida, de otro modo de vivir la vida propia y comunitaria. Seamos valientes, con coraje, demos valiente testimonio de que nuestra vida está centrada en Jesucristo.
Luis Gurucharri Amostegui