El Mesías de Dios.
Celebramos el duodécimo domingo del tiempo ordinario. Seguimos leyendo el Evangelio de San Lucas. Este domingo con una palabra en la que Jesús interpela a sus discípulos. Una pregunta directa que también nosotros hemos debido responder en algún momento de nuestra vida.
El tercer evangelio presenta con frecuencia a Jesús en oración. Debía ser una constante en su vida, pero especialmente cuando tenía que tomar alguna decisión importante. En esta ocasión Jesús va a interrogar a los suyos y quiere transmitir un mensaje vital para ellos. Primero trata de sondear si la gente está comprendiendo, está captando correctamente quién es: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La respuesta es variada, diversa, plural. No parece que haya claridad en la comprensión de quién es Jesús. Nos ocurre también ahora. La persona de Jesús no deja indiferente a nadie, pero para algunos no deja de ser más que un líder social, para otros un personaje relevante, hay quien lo considera un revolucionario, otros un iluminado, etc. Muchas personas se quedan con lo que otros piensan o dicen de Jesús.
Pero a Jesús, como siempre, le interesa la respuesta personal. No rehuye el contacto, el encuentro personal, al contrario, lo provoca. Por ello pregunta a los suyos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro, en nombre y al frente del grupo confiesa: “El Mesías de Dios”. Afirmación correcta, acertada, pero que seguramente no comprendía del todo. Por ello, Jesús se apresura a explicar el tipo de mesianismo que va a vivir. Un mesianismo que asume el sufrimiento, la muerte y la entrega amorosa como fuente de vida y salvación para todos. En su muerte y resurrección, Jesús llevará a la práctica este proyecto de vida, de entrega total.
Y además, será la propuesta que pedirá a quienes quieran o queremos seguirle. Cargar con la cruz y perder la vida por su causa. Estamos en una de tantas paradojas del Evangelio, en una de tantas exigencias de Jesús. Aquí perder es ganar, entregar la vida es salvarla. Nos cuesta asumir esta verdad y esta propuesta en un mundo, una sociedad y una cultura donde el éxito y el triunfo están vinculados al tener, acumular, estar por encima de los otros.
Facilitemos en nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias, espacios de oración para responder a Jesús sobre su identidad para nosotros. En ocasiones recordemos la pregunta de Jesús para que otras personas se encuentren cara a cara con Él. Y, sobre todo, demos testimonio de que la entrega, el servicio y el amor gratuito a los hermanos es el camino del seguimiento al Señor. El camino de la verdadera y auténtica felicidad.
Luis Gurucharri Amóstegui