Mi paz os doy.
Llegamos al sexto domingo de Pascua. Un nuevo domingo con una lectura de los Hechos de los Apóstoles, otra del Apocalipsis y el Evangelio de San Juan. La liturgia nos sigue animando en la profundización de los textos pascuales por excelencia. Avanzamos en la lectura del largo discurso de despedida que nos ofrece el cuarto Evangelio.
La afirmación con la que comienza el Evangelio es para hacernos pensar y agradecer al Señor. Si lo amamos, hemos de guardar la Palabra de Jesucristo, el Padre nos amará y viniendo a nosotros, a cada uno, hará morada en nosotros. Podemos ser morada de Dios, santuario de la presencia del Señor para los demás, para el mundo. Es la dinámica del amor, que nos hace crecer y amar más a Dios y a los hermanos. Además se nos promete el envío de un Defensor, del Espíritu Santo que nos enseñará y recordará todo lo dicho por Jesucristo. Es decir, la vida de amor, de escucha de la Palabra, la vida de fe, nos introduce en un dinamismo trinitario. Todo Dios implicado, comprometido para que configuremos nuestra vida con la de su Hijo.
Jesucristo nos promete además el don de la Paz. Una paz que no es fruto de esfuerzos meramente humanos, o de estrategias, de acuerdos o pactos. Una paz que se nos regala, no como la del mundo, una paz que se nos da desde el interior, desde lo profundo de nosotros mismos, para que podamos compartirla y comunicarla a los demás. Si recibimos la paz de Dios, la podremos compartir con los demás. No en vano, la Eucaristía comienza con una saludo de paz y acaba con el deseo de transmitirla. Recibimos el amor y la paz de Dios para darla.
Finalmente el Evangelio nos invita a la verdadera alegría y a seguir creyendo. La verdadera alegría de confiar que Jesucristo no se ha ido definitivamente, nos ha dado su Espíritu Santo y ello es motivo de gozo, y de perseverancia en la fe.
En los Hechos de los Apóstoles recordamos la Asamblea o Concilio de Jerusalén. La primera ocasión en la que los apóstoles, reunidos en clave de oración y bajo la acción del Espíritu toman la decisión de continuar con la evangelización a todo el mundo, judíos y gentiles. Qué dinamismo, actividad incansable de los primeros apóstoles por hacer llegar el Evangelio a todos los rincones del mundo conocido hasta entonces. Necesitamos ese vigor, valentía y fuerza para no decaer, sino llevar el evangelio a todas las personas que necesitan luz y paz. No nos avergoncemos de nuestra fe, hoy más que maestros son necesarios verdaderos testigos.
En estos días de celebraciones de Primeras Comuniones, recemos por los niños y niñas que se acercan por primera vez a este sacramento, por sus familias y amigos. Qué Jesús toque sus corazones y sus vidas para transformarlas y mejorarlas.
Luis Gurucharri Amóstegui