Dios con nosotros.
Llegamos al cuarto Domingo de Adviento. Estamos rozando, oteando el Misterio de la Navidad para el que nos venimos preparando. Estos días previos, la liturgia de la Palabra nos acerca los relatos de la anunciación a Zacarías del nacimiento de Juan Bautista, la anunciación a María del nacimiento de Jesús, el encuentro de María e Isabel en la visitación. En todos ellos rebosa la presencia del Espíritu Santo que fecunda y transforma a las personas, y un clima de auténtica alegría que lo envuelve todo.
En este Domingo, según el Evangelio de San Mateo adquiere todo el protagonismo José. Si el Evangelio de San Lucas destaca el protagonismo y misión de María, el de San Mateo incide en el de San José. Dice el Evangelio que era justo. De varios personajes del Antiguo Testamento se dicen que son justos, es decir personas que viven la justicia según Dios. El justo, bíblicamente hablando, es el hombre religioso que cuenta con Dios en su vida, sigue su voluntad expresada en la leyes y mandatos de la Torá.
San José no lo tiene fácil, menos en la sociedad en la que vivía. Desposado con María, antes de vivir juntos, ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Algunos autores hablan de que en este texto se narra la anunciación de San José. En sueños, en ese estado intermedio entre la consciencia e inconsciencia, se le aparece el ángel del Señor. El ángel le comunica la realidad más profunda: la criatura que espera maría viene del Espíritu Santo, se llamará Jesús y salvará al pueblo de los pecados. Los evangelistas de la infancia de Jesús, en estos textos, se explayan en el nombre que había de llevar el niño. El nombre en la mentalidad y cultura bíblica expresaba la identidad y misión de la persona que lo recibía. Jesús significa Dios salva. Pero la salvación que trae Jesús es plena, total, integral. Nos salva, de todos nuestros males y esclavitudes, de nuestros egoísmos y perezas, de nuestras faltas y pecados.
El sueño-visión de San José continua con el recuerdo de la profecía de Isaías que aparece también en la primera lectura. El hijo de María será también el Enmanuel, el Dios con nosotros. Para el primer Evangelio, Jesús es la presencia real y auténtica de Dios con nosotros. Ese Dios que continuará, como recuerda el final del Evangelio en el último capítulo, con la promesa de que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Nuestro Dios interviene definitivamente en la historia, toma la iniciativa, se encarna, se hace uno de nosotros, nos libera y salva y permanece para siempre a nuestro lado. Este es el Misterio de la Navidad ya cercano. Ante una condescendencia de Dios tan grande, nos quedamos admirados, en silencio, sin palabras ante la encarnación de la Palabra.
Luis Gurucharri Amóstegui