¡Poneos en camino!.
En pleno verano, ya en este decimocuarto domingo del tiempo ordinario, escuchamos esta invitación con cierto aire de exigencia que Jesús pide en el Evangelio. Tras las llamadas del domingo pasado, escuchamos este envío que Jesús realiza a aquellos que comparten con él una misma misión. En la vida cristiana vocación y misión van inevitablemente unidas. Somos llamados para participar, realizar una misión concreta, que no es otra que la misma de Jesús: anunciar la Buena Noticia de que su reino ya ha comenzado.
Jesús comienza diciendo a los que envía que la mies es abundante y lo obreros pocos. El trabajo de la evangelización es abundante, hay tantos lugares, espacios donde hacer resonar el Evangelio. Muchas personas que necesitan iluminar su vida con la luz de la fe. Y los trabajadores no siempre somos suficientes. Hay una tremenda desproporción entre la tarea a realizar y los trabajadores que han de llevarla a cabo. Siempre son necesarias en la Iglesia vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, misioneros y misioneras, jóvenes y matrimonios cristianos que evangelicen en sus propios ámbitos de vida. Necesitamos rezar por las vocaciones, por todas las vocaciones específicas en la Iglesia.
Jesús quiere que la evangelización tenga cierto dinamismo, sentados y de brazos cruzados difícílmente podremos realizar la tarea encomendada. Tampoco con un activismo frenético. Hay que combinar, compaginar armónicamente oración y acción. Sobre todo porque Jesús señala, ya entonces, las dificultades: en medio de lobos, si no os reciben,... Dificultades que en los tiempos que nos toca vivir, en cierto sentido, se han incrementado. Como siempre la tarea evangelizadora es cuestión de anuncio directo con palabras, pero también con obras, con gestos de sanación, de liberación. Las palabras: paz a esta casa, esta cerca de vosotros el reino de Dios. Los gestos: comed y bebed lo que tengan, curad enfermos, someted demonios. Y todo ello con la consigna de la gratuidad: no llevéis talega, ni alforja, ni sandalias,... El anuncio del Evangelio ha de ser directo, sin quedarse en los medios, las metodologías, sabiendo que quienes acepten el encuentro con Jesucristo lo han de hacer mediante nuestro testimonio directo. Nosotros no somos los protagonistas, es el Señor. Además el premio es que quienes se conviertan tendrán sus nombres inscritos en el cielo. El nombre bíblicamente hablando es la expresión de la identidad más profunda. Si están inscritos en el cielo, quiere decir que están en el corazón y la presencia de Dios.
Esta semana se ha publicado la Encíclica Lumen fidei, comenzada por Benedicto XVI y terminada por el papa Francisco. Culmina las encíclicas sobre las virtudes teologales que escribió el papa anterior sobre la caridad y la esperanza. En este año de la fe nos regalan un texto precioso sobre la fe. Se nos invita a que la fe recupere su dimensión de poner claridad y luz en las oscuridades e incertidumbres personales, comunitarias, eclesiales y de todo el mundo. Que la fe en Dios y la fe de Dios en los hombres estimule la tarea evangelizadora que la Iglesia debe realizar a lo largo de la historia. Nosotros en el momento actual que nos toca vivir.
Luis Gurucharri Amóstegui