Dios lo resucitó al tercer día.
Completamos el Santo Triduo Pascual con la vigilia del Sábado Santo y el Domingo de Resurrección. La vigilia, al filo de la medianoche, al comienzo del primer día de la semana para los judíos, manifiesta la gozosa tensión que vive la Iglesia. No puede esperar más para la celebración de la Resurrección de Jesucristo. El acontecimiento que ha cambiado la historia y ha trastocado la vida de toda la humanidad.
En la vigilia se hace un repaso a toda la Historia de la Salvación en la liturgia de la Palabra. Toda ella tiene sentido desde el final, desde la Resurrección del Señor. La liturgia del fuego y del agua, liturgia bautismal, y eucarística nos centran en las celebraciones fundamentales, en los sacramentos por excelencia para los cristianos: Bautismo y Eucaristía. Inicio y plenitud de una vida marcada por la presencia de Jesucristo.
El Domingo de Resurrección, como todos los de Pascua, comienza con la aspersión de los fieles. El agua viva que da vida nueva a quienes vivimos este tiempo y esta celebración. En las lecturas encontramos en Evangelio de Juan. Nos narra cómo María Magdalena fue la primera en acudir al sepulcro y ver la losa quitada. Inmediatamente, corriendo lo comunica a Pedro y al discípulo a quien tanto quería Jesús. Ella piensa que se han llevado al Señor. Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro. Este dinamismo, movimiento, correr, comunicar, decir es propio de los relatos pascuales. La Resurrección no deja indiferente a nadie, implica actividad, comunicación. También nosotros hemos de vivir esta actitud en Pascua y siempre.
Juan llega primero al sepulcro, probablemente por su juventud, pero cede el puesto de privilegio de entrar primero a Pedro. Se nota ya esa primacía de Pedro entre el grupo de apóstoles. Pedro constata que Jesús no está, ve las vendas y el sudario. Pero es Juan el que entrando después “vio y creyó”. La ausencia del cuerpo de Jesús es la primera evidencia, el primer paso para la fe en el resucitado, sugiere el recuerdo de las palabras con las que Jesús había anunciado que el tercer día iba a resucitar de entre los muertos. El Evangelio de Juan es el Evangelio de la fe. Y el primero que la profesa es el apóstol mismo. La fe de Juan motiva su testimonio y la comunicación de esta tremenda verdad a través de su relato evangélico.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles recoge el primer anuncio, el primer “kerigma” que anuncia Pedro en uno de sus discursos. Anuncia que Jesús que pasó haciendo el bien, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, colgado de un madero, Dios lo resucitó al tercer día, y a nosotros nos ha hecho testigos de este acontecimiento. Pedro insiste en el protagonismo de Dios. El es el que ha resucitado a Jesús. Dios mismo es el protagonista de la Resurrección. Nadie resucita por sí mismo, ni su Hijo Jesús. La Resurrección es el gran regalo, el máximo don que el Padre concede a su Hijo y este nos ofrece a quienes creemos y confiamos en Él.
Vivamos este tiempo de gracia, de gozo, de vida, y no paremos hasta comunicar a todos, hasta dar valiente testimonio de que el Resucitado sale a nuestro encuentro y transforma toda nuestra vida. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Luis Gurucharri Amostegui