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Domingo, 6 de abril de 2014

Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (37,12-14):

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

 
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,8-11):

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. 
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. 
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

 
Comentarios

Yo soy la Resurrección.

 

         El quinto Domingo de Cuaresma es el anterior al comienzo de la Semana Santa. El Evangelio de Juan nos lleva al capítulo once, donde se narra el pasaje de la resurrección de Lázaro. Con este último signo, el séptimo, el cuarto Evangelio quiere apuntar hacia la resurrección de Jesucristo mismo que viviremos en la Pascua.

         La liturgia de la Palabra comienza con un fragmento breve del profeta Ezequiel. Es la conocida visión de los huesos secos en el capítulo treinta y siete. El pequeño pueblo de Israel se encuentra desterrado en Babilonia, y el profeta debe animar y estimular el regreso a la ciudad santa y al Templo de Jerusalén.  Para ello el pueblo deberá salir de sus sepulcros, de la muerte, el miedo, el pensar que ya no hay solución, que todo ha terminado. Para abrirse a la esperanza, el Señor mismo va a actuar, una vez más, en favor de su pueblo. Él abrirá los sepulcros para que sepan que es el Señor y lo que dice lo hace. También nosotros hemos de salir de los sepulcros y sarcófagos en los que nos encerramos: el miedo, el pesimismo, el pensar que no hay solución para los problemas, la cultura de la muerte, la rutina, la violencia, el desánimo, etc.

         Es curioso cómo los Evangelios narran la amistad de Jesús con Lázaro, Marta y María en Betania. Jesús, como nosotros hoy, compartiendo su vida con una familia de amigos. Parece que acudía a esa casa como si fuera su hogar. Le avisan de que Lázaro está enfermo, y anuncia que su enfermedad no acabará en muerte, sino que servirá para la gloria de Dios. Finalmente acude a Betania y Marta sale a su encuentro para decirle que todo lo que pidiera al Señor, se lo concedería. Ella se refería a esa vuelta a la vida de su hermano. Jesús le anuncia dicha resurrección, pero quiere aprovechar el momento para que todos comprendan el contenido de la afirmación: “Yo soy la resurrección y la vida”. La resurrección está vinculada a la fe: “el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Resurrección, fe y vida forman un todo. El signo que Jesús realiza, la resurrección de Lázaro, quiere despertar la fe de Marta y María y la de cuantos contemplaban la escena. La reanimación de Lázaro no es como la resurrección de Jesús, pero la prefigura o anticipa. Lázaro huele mal y volverá a morir. Jesús resucitará para siempre, definitivamente, y para que también nosotros, creyendo en Él podamos resucitar.

         El Evangelio de Juan nos ha llevado de Jesús agua viva y Jesús luz del mundo a Jesús resurrección y vida. Nuestro Bautismo nos incorporó a la fe, a la vida plena que Jesucristo nos ofrece con la resurrección. Necesitamos fortalecer nuestra fe, para vivir mejor la vida cristiana y para goza un día de esa vida plena junto al Señor.

         San Pablo en la Carta a los Romanos recuerda que hemos recibido el mismo Espíritu de Cristo. Ese Espíritu que igual que resucitó a Jesús, vivificará también nuestros cuerpos mortales. Que la fe y el Espíritu abran nuestra vida a la vida plena que sólo Dios puede concedernos.

 

 

                                               Luis Gurucharri Amostegui


 
Leyenda



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