Yo soy la Resurrección.
El quinto Domingo de Cuaresma es el anterior al comienzo de la Semana Santa. El Evangelio de Juan nos lleva al capítulo once, donde se narra el pasaje de la resurrección de Lázaro. Con este último signo, el séptimo, el cuarto Evangelio quiere apuntar hacia la resurrección de Jesucristo mismo que viviremos en la Pascua.
La liturgia de la Palabra comienza con un fragmento breve del profeta Ezequiel. Es la conocida visión de los huesos secos en el capítulo treinta y siete. El pequeño pueblo de Israel se encuentra desterrado en Babilonia, y el profeta debe animar y estimular el regreso a la ciudad santa y al Templo de Jerusalén. Para ello el pueblo deberá salir de sus sepulcros, de la muerte, el miedo, el pensar que ya no hay solución, que todo ha terminado. Para abrirse a la esperanza, el Señor mismo va a actuar, una vez más, en favor de su pueblo. Él abrirá los sepulcros para que sepan que es el Señor y lo que dice lo hace. También nosotros hemos de salir de los sepulcros y sarcófagos en los que nos encerramos: el miedo, el pesimismo, el pensar que no hay solución para los problemas, la cultura de la muerte, la rutina, la violencia, el desánimo, etc.
Es curioso cómo los Evangelios narran la amistad de Jesús con Lázaro, Marta y María en Betania. Jesús, como nosotros hoy, compartiendo su vida con una familia de amigos. Parece que acudía a esa casa como si fuera su hogar. Le avisan de que Lázaro está enfermo, y anuncia que su enfermedad no acabará en muerte, sino que servirá para la gloria de Dios. Finalmente acude a Betania y Marta sale a su encuentro para decirle que todo lo que pidiera al Señor, se lo concedería. Ella se refería a esa vuelta a la vida de su hermano. Jesús le anuncia dicha resurrección, pero quiere aprovechar el momento para que todos comprendan el contenido de la afirmación: “Yo soy la resurrección y la vida”. La resurrección está vinculada a la fe: “el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Resurrección, fe y vida forman un todo. El signo que Jesús realiza, la resurrección de Lázaro, quiere despertar la fe de Marta y María y la de cuantos contemplaban la escena. La reanimación de Lázaro no es como la resurrección de Jesús, pero la prefigura o anticipa. Lázaro huele mal y volverá a morir. Jesús resucitará para siempre, definitivamente, y para que también nosotros, creyendo en Él podamos resucitar.
El Evangelio de Juan nos ha llevado de Jesús agua viva y Jesús luz del mundo a Jesús resurrección y vida. Nuestro Bautismo nos incorporó a la fe, a la vida plena que Jesucristo nos ofrece con la resurrección. Necesitamos fortalecer nuestra fe, para vivir mejor la vida cristiana y para goza un día de esa vida plena junto al Señor.
San Pablo en la Carta a los Romanos recuerda que hemos recibido el mismo Espíritu de Cristo. Ese Espíritu que igual que resucitó a Jesús, vivificará también nuestros cuerpos mortales. Que la fe y el Espíritu abran nuestra vida a la vida plena que sólo Dios puede concedernos.
Luis Gurucharri Amostegui