El Señor es mi pastor.
Este versículo del Salmo 22 define sencilla y profundamente el contenido y el mensaje de este Cuarto Domingo de Pascua. Es el Domingo del Buen Pastor, en el que la Iglesia celebra la Jornada de Oración por las vocaciones. A Jesucristo, Buen Pastor, le pedimos que suscite en nuestras comunidades cristianas pastores, sacerdotes y consagrados que acompañen con su testimonio al Pueblo de Dios.
En el Evangelio de San Juan en el capítulo diez, aparece esta imagen bíblica de enorme trascendencia: Jesús es además de buen pastor, la puerta por la que acceder a la salvación y a la vida eterna. Jesús como buen pastor conoce a sus ovejas, a cada una por su nombre, y estas ovejas conocen y atienden la voz de su pastor. Es fundamental escuchar y conocer la voz del pastor, del maestro. No nos hemos de cansar nunca de leer, escuchar la Palabra de Dios. Que ella forme en nosotros una especie de música de fondo donde podamos situar el Mensaje del Señor para cada uno de nosotros. El buen pastor camina delante y sabe el nombre de sus ovejas. Jesús va delante, nos guía, no hay nada que temer; y además, nos llama por nuestro nombre, cada uno somos especiales, únicos para Él.
Jesús es también la puerta abierta a la salvación y a la vida plena. Sólo si pasamos por Él, nos encontramos con Él, hacemos experiencia de encuentro con Él podemos acceder a la vida. Una vida que se prolonga en el tiempo hasta la eternidad, en el sentido, hasta la plenitud.
La primera lectura está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, del discurso de Pedro el día de Pentecostés. A la pregunta que le formulan los destinatarios de su discurso: “¿qué tenemos que hacer?”. La respuesta es clara: “convertíos y bautizaos”. La conversión es la actitud permanente para el discípulo de Jesús; el bautismo es el comienzo de una vida nueva que continuamente tiene que ser renovada.
Desde entonces la Iglesia continua con la misma misión de Pedro y los apóstoles: anunciar la muerte y resurrección de Jesucristo como el acontecimiento que ha cambiado la historia de la humanidad, y la de miles y miles de personas que se dejan seducir por el Buen Pastor. Jesucristo comenzó su predicación invitando a la conversión para creer en el reino de Dios. Los apóstoles anuncian la conversión a Jesucristo mediante el sacramento del bautismo. La Iglesia del siglo veintiuno lleva adelante la misma misión, el mismo evangelio de Jesucristo y los apóstoles. Son muchas las personas necesitadas de un encuentro cara a cara con el Señor. Que nuestro testimonio personal y comunitario favorezca dicho encuentro.
Pidamos hoy con insistencia por las vocaciones en nuestra Iglesia.
Luis Gurucharri Amóstegui