Nuestro Dios, el mejor de los padres.
Celebramos el cuarto Domingo de Cuaresma. Conocido como Domingo “laetare”. En el transcurso del tiempo cuaresmal, una pausa para la alegría. Ciertamente el Salmo 33 invita a la escucha al Señor y a la alegría: “que los humildes lo escuchen y se alegren”. Y también en el evangelio el padre de la parábola afirma: “deberías alegrarte”. La Cuaresma cristiana cede el color gris de la ceniza inicial, a la túnica nueva y blanca, al banquete y la fiesta del encuentro con Dios compasivo y misericordioso.
Hoy escuchamos la conocida parábola del Hijo Pródigo, mejor llamarla: Parábola del Padre Misericordioso. Es muy importante que caigamos en la cuenta a quién dirige Jesús esta parábola. El capítulo quince de Lucas es el capítulo de la misericordia. Comienza en los tres primeros versículos con los destinatarios de las tres parábolas: publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escuchar, fariseos y escribas para murmurar, a estos que no toleraban que Jesús acogiera y comiera con pecadores les dirige su discurso. Jesús cuenta las parábolas de la oveja perdida y la dracma perdida, en las dos subraya la alegría de Dios , en el cielo o los ángeles, por un sólo pecador que se convierta. Estas dos parábolas son el pórtico de la tercera, la del Padre Misericordioso.
En las parábolas se exageran los extremos para comprender mejor el mensaje que se quiere transmitir. El hijo menor lo hace todo mal: es egoísta, rompe la filiación y la fraternidad al no querer saber nada de su padre y de su hermano; es materialista, malgasta todo, y sólo en extrema necesidad piensa, recapacita, se arrepiente y decide volver. Lo que no pensaba encontrarse es un padre que al verlo se conmueve, lo abraza, le besa, le cambia el vestido, le pone un anillo, sandalias y le organiza la mejor de las fiestas. El encuentro con el padre le cambia la vida. Le descoloca que no le pregunte, le exija, lo recrimine, etc.
En medio de la fiesta aparece el hijo mayor. El cumplidor, el que se cree con todos los derechos. Pero que se deja dominar por la envidia, los celos, la avaricia y arrogancia de creerse ya el bueno, el que no se ha equivocado. Sin embargo, también este recibirá una gran lección de su padre. Porque no hay nada como estar siempre junto al padre, compartir todo lo suyo, por ello debería alegrarse por la vuelta de su hermano que ha revivido y ha sido encontrado.
Es día de reflexión, pensemos cuando nos portamos como el hijo menor o como el mayor. Pero, sobre todo, sigamos descubriendo a ese Padre Dios que nos perdona, nos regala todo lo que es y tiene, nos organiza continuas fiestas para experimentar su perdón y misericordia. Y todo ello es motivo de profunda alegría. Tiene sentido seguir avanzando en el camino cuaresmal, Dios Padre siempre estará esperando que volvamos a Él y nos alegremos profundamente de que ofrezca su perdón a todos.
Luis Gurucharri Amóstegui