SEÑOR, DAME ESA AGUA
Celebramos el tercer Domingo de Cuaresma. Hemos pasado del desierto a la montaña, hoy llegamos al pozo o manantial de Jacob en Sicar. Jesús se presenta como el agua viva que puede calmar la profunda sed de felicidad que todos sentimos. En el Bautismo el agua es el elemento, el símbolo por excelencia, ella agua que purifica, pero que da vida y calma toda sed.
La primera lectura del libro del Éxodo nos habla del pueblo liberado de la esclavitud que está torturado por la sed en el desierto. Y comienza a murmurar contra Moisés, es lo mismo que murmurar contra Dios. El Señor hace que mane agua en la peña del Horeb, para calmar la sed del pueblo. La sed refleja la incertidumbre, la duda de los recién liberados, la escasa confianza en el Dios salvador y liberador. Una vez más el Señor, con paternal pedagogía, accederá a la petición de su pueblo para afirmar que Él sigue junto a ellos. Es la sed de todo un pueblo que el Señor es capaz de satisfacer con su presencia y su actuación.
En el Evangelio la sed es de una sola persona, de una mujer, además samaritana. Jesús está sentado junto al manantial de Jacob y se acerca esta mujer. No esquiva el encuentro. Jesús sabe que todo rabino judío no puede hablar con una mujer samaritana. Sin embargo, toma la iniciativa del diálogo que se produce en este encuentro cara a cara. Jesús comienza la conversación al nivel elemental, básico, “dame de beber”, para guiar, poco a poco a la mujer hacia una profundidad impensable para ella. Jesús está cansado y sediento de agua fresca, pide agua; pero, al final, será la propia mujer la que le pedirá “Señor, dame esa agua”. El agua que ofrece Jesús y que es Él mismo. Agua que calma la sed profunda de sentido y felicidad, agua que salta hasta la vida eterna, que se prolonga hasta el tiempo y el espacio de vida plena que es Señor nos prepara.
En el diálogo aparecen otros temas importantes en el cuarto evangelio: el verdadero culto, la hora, la adoración al Padre, el testimonio. Además de los títulos cristológicos que indican el protagonismo y la revelación de Jesús: Mesías, Cristo, Salvador del mundo y, sobre todo, “Soy yo”. Jesús asume la identidad profunda de ser el Hijo de Dios enviado para salvar a toda la humanidad. Como Yavé en el Antiguo Testamento se había revelado como “Yo soy el que soy”, también Jesús manifiesta quién es en este encuentro precioso del Evangelio. El es el que está y estará siempre junto a cualquier persona que lo necesite, que sedienta de felicidad se acerque a Él.
En este tiempo de Cuaresma vivamos el encuentro con Jesús. Él escucha, dialoga, nos ofrece su agua viva, nos calma toda sed. La samaritana contó a otros su experiencia, llevó a otros al encuentro con Jesús. Hagamos nosotros lo mismo, contemos nuestra experiencia de encuentro con el Señor, llevemos a otros para que se encuentren con Él y crean, no porque lo digamos nosotros, sino porque ellos mismos oigan y conozcan al Salvador del mundo.
Luis Gurucharri Amostegui