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Domingo, 23 de marzo de 2014

Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (17,3-7):

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» 
Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.»
Respondió el Señor a Moisés. «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.» 
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»

 
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8):

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42):

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. 
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. 
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. 
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» 
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» 
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» 
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.» 
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» 
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» 
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.» 
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

 
Comentarios

SEÑOR, DAME ESA AGUA

         Celebramos el tercer Domingo de Cuaresma. Hemos pasado del desierto a la montaña, hoy llegamos al pozo o manantial de Jacob en Sicar. Jesús se presenta como el agua viva que puede calmar la profunda sed de felicidad que todos sentimos. En el Bautismo el agua es el elemento, el símbolo por excelencia, ella agua que purifica, pero que da vida y calma toda sed.

         La primera lectura del libro del Éxodo nos habla del pueblo liberado de la esclavitud que está torturado por la sed en el desierto. Y comienza a murmurar contra Moisés, es lo mismo que murmurar contra Dios. El Señor hace que mane agua en la peña del Horeb, para calmar la sed del pueblo. La sed refleja la incertidumbre, la duda de los recién liberados, la escasa confianza en el Dios salvador y liberador. Una vez más el Señor, con paternal pedagogía, accederá a la petición de su pueblo para afirmar que Él sigue junto a ellos. Es la sed de todo un pueblo que el Señor es capaz de satisfacer con su presencia y su actuación.

         En el Evangelio la sed es de una sola persona, de una mujer, además samaritana. Jesús está sentado junto al manantial de Jacob y se acerca esta mujer. No esquiva el encuentro. Jesús sabe que todo rabino judío no puede hablar con una mujer samaritana. Sin embargo, toma la iniciativa del diálogo que se produce en este encuentro cara a cara. Jesús comienza la conversación al nivel elemental, básico, “dame de beber”, para guiar, poco a poco a la mujer hacia una profundidad impensable para ella. Jesús está cansado y sediento de agua fresca, pide agua; pero, al final, será la propia mujer la que le pedirá “Señor, dame esa agua”. El agua que ofrece Jesús y que es Él mismo. Agua que calma la sed profunda de sentido y felicidad, agua que salta hasta la vida eterna, que se prolonga hasta el tiempo y el espacio de vida plena que es Señor nos prepara.

        En el diálogo aparecen otros temas importantes en el cuarto evangelio: el verdadero culto, la hora, la adoración al Padre, el testimonio. Además de los títulos cristológicos que indican el protagonismo y la revelación de Jesús: Mesías, Cristo, Salvador del mundo y, sobre todo, “Soy yo”. Jesús asume la identidad profunda de ser el Hijo de Dios enviado para salvar a toda la humanidad. Como Yavé en el Antiguo Testamento se había revelado como “Yo soy el que soy”, también Jesús manifiesta quién es en este encuentro precioso del Evangelio. El es el que está y estará siempre junto a cualquier persona que lo necesite, que sedienta de felicidad se acerque a Él.

         En este tiempo de Cuaresma vivamos el encuentro con Jesús. Él escucha, dialoga, nos ofrece su agua viva, nos calma toda sed. La samaritana contó a otros su experiencia, llevó a otros al encuentro con Jesús. Hagamos nosotros lo mismo, contemos nuestra experiencia de encuentro con el Señor, llevemos a otros para que se encuentren con Él y crean, no porque lo digamos nosotros, sino porque ellos mismos oigan y conozcan al Salvador del mundo.

 

 

 

                                                        Luis Gurucharri Amostegui


 
Leyenda



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