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Domingo, 4 de mayo de 2014

Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,1-7):

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. 
Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» 
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

 
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (2,4-9):

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.» Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular,» en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» 
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» 
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.» 
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» 
Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»

 
Comentarios

Quédate con nosotros.

 

         Llegamos al tercer Domingo de Pascua. Comenzado el mes de Mayo, mes dedicado a María. Y prolongando el gozo de la Resurrección del Señor, al que se añade la acción de gracias a Dios por los dos nuevos santos recién canonizados: San Juan XXIII y San Juan Pablo II.

         El Evangelio de hoy nos presenta uno de los textos más hermosos y completos de este tiempo pascual. Es el relato de Emaús. Tiene lugar el primer día de la semana, el domingo, cuando dos discípulos de Jesús van desde Jerusalén a Emaús. Caminan decepcionados, parece que todo ha terminado, las promesas de Jesús se han esfumando con su muerte: el reino, las bienaventuranzas, la paz, el amor. En esa situación, Jesús se hace el encontradizo y camina junto a ellos, lo ven pero no lo reconocen.

         Jesús comienza a explicarles las Escrituras, especialmente lo que se refería a Él. Al llegar a Emaús, hace ademán de seguir adelante, pero los discípulos le dicen: “quédate con nosotros”. Finalmente Jesús se queda y a la mesa “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Entonces lo reconocieron, pero el desapareció.

         Nosotros, como estos discípulos, vamos por el camino de la vida decepcionados, sin rumbo, muchas veces angustiados, parece que todo está mal, no hay salida ni solución para nada. Jesús camina a nuestro lado, pero no lo reconocemos. Necesitamos escuchar su Palabra y participar en la Eucaristía para caer en la cuenta que está en medio de nosotros. Entonces cambiará todo, y animosos, saldremos a contar y testimoniar nuestra experiencia de encuentro con el resucitado.

         Es la catequesis perfecta. Jesús es el protagonista de toda experiencia cristiana. Siempre sale al encuentro, aunque no lo reconozcamos. Nos ofrece el don de su Palabra y la posibilidad de reconocerlo en la Eucaristía. Por ello no hemos de abandonar nunca estos pilares de nuestra fe, de nuestra vida cristiana: escucha de la Palabra y celebración de la Eucaristía. Entonces reconoceremos la presencia del Señor, aunque no lo veamos.

         La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles es un fragmento del discurso de Pedro el día de Pentecostés. Se dirige a los israelitas, los primeros destinatarios del anuncio, del kerygma primitivo. Dios ha resucitado de Jesús. El resucitado es el mismo que el crucificado, y este es aquél que realizó milagros, signos y prodigios conforme al plan de Dios.

         Dios es el protagonista, el que envió a su Hijo, el que permitió que fuera crucificado para ser, después resucitado. Este es el Misterio de nuestra fe que celebramos con gozo a lo largo de este tiempo pascual.

         Pidamos al Señor que se quede con nosotros, que fortalezca y renueve nuestra fe. Que nos haga valientes y enérgicos al anunciar y dar testimonio de su presencia entre nosotros.

 

                                                        Luis Gurucharri Amostegui


 
Leyenda



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