Sígueme.
Tras la confesión mesiánica de Pedro en el evangelio de la semana pasada, Jesús toma la decisión de ir a Jersusalén. Un viaje geográfico, teológico y espiritual en el que sigue la instrucción comenzada a los apóstoles. Su mesianismo acabará en la muerte y resurrección y ellos lo tienen que ir comprendiendo y asimilando. La primera muestra del rechazo de Jesús, no sentirse acogido en una aldea de Samaria, camino de la ciudad santa. Samaritanos y judíos de Jerusalén estaban enfrentados desde hacía mucho tiempo y Jesús no es bien recibido. La reacción de los discípulos es primaria, violenta. Reacción que Jesús reprueba, no se puede responder con la misma moneda. La violencia nunca es la solución, mejor continuar el camino. También nos pasa a nosotros, el rechazo, la crítica, la no aceptación de los demás suscita en nosotros la tentación violenta o intransigente. Mejor dejar pasar las cosas y reaccionar de modo pacífico.
Continua el evangelio con tres relatos de vocación o seguimiento. Todo ello mientras van de camino a Jerusalén. Cualquier momento es oportuno para seguir al maestro, pero hay que asumir el precio del discipulado. Al primero que quiere seguir a Jesús, éste le recuerda la dureza de esta vida, porque el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Por ello seguir a Jesús no conlleva éxitos, triunfos, victorias, sino vivir a la intemperie, provisionalmente, sin seguridades. En el segundo relato es Jesús el que toma la iniciativa con esa invitación: “Sígueme”. El llamado o invitado expresa su intención de ir a enterrar a su padre, probablemente cumpliendo el mandamiento de la ley de honrar a los padres. Para Jesús no hay excusa que valga, el anuncio del reino está por encima de todo, es la prioridad, lo más urgente, todo lo demás está en función de ello. El tercero también tiene la iniciativa de seguir a Jesús, pero necesita despedirse de su familia. Jesús le recuerda que no se puede cambiar de vida y continuar añorando la que se ha dejado. El seguimiento de Jesús entraña una decisión firme, radical: anunciar, trabajar y construir el reino de Dios, ello requiere todas las fuerzas y energías, sabiendo que el camino no será fácil.
El Señor nos sigue llamando, nosotros podemos responder, queremos seguirle, pero lo hagamos con determinación, sabiendo que el camino es duro, difícil. La meta es Jerusalén, la pasión, la cruz, pero también la resurrección.
Meditemos en este domingo la lectura de la carta de Pablo a los Gálatas, de un modo especial. Algunos la conocen como el himno, el cántico a la libertad cristiana. Pablo escribe todo esto ante la tentación de algunos de volver a la esclavitud de la ley de al antigua alianza. Por ello afirma que Cristo nos ha liberado, para vivir en libertad. Nuestra vocación es la libertad. Que la única esclavitud sea vivir el amor de unos por otros. Vivir la libertad es vivir en el Espíritu, contrario a la ley que ata , esclaviza y mata. Que el Espíritu suscite en nosotros vivir en el amor, y ello nos haga plenamente felices. Que nuestra vocación sea seguir a Jesús, la libertad, el amor.
Luis Gurucharri Amóstegui