La boda de Caná de Galilea.
En este domingo, tras la fiesta del Bautismo del Señor, vamos de boda. La liturgia presenta este fragmento evangélico en el que Jesús, su madre y los discípulos participan en una boda en Caná de Galilea. Los evangelios siguen empeñados en mostrarnos la normalidad de la encarnación del Mesías, Jesús participa en un acontecimiento frecuente, normal, natural de su tiempo. Allí ocurrirá el primer signo de los siete que presenta el Evangelio de Juan. Este evangelista en lugar de hablar y marrar milagros, cuenta siete signos que revelarán la identidad misma de Jesús, su gloria y la necesidad de acogerla desde la fe.
La experiencia nupcial, la esponsalidad es frecuente a lo largo de toda la Sagrada Escritura. Profetas como Oseas o el mismo Isaías en la primera lectura que escuchamos hoy, utilizan esta rica imagen para hablarnos del amor de Dios por su pueblo. También expresará, más adelante, el amor de Jesucristo por su Iglesia.
En el Evangelio de hoy, además del protagonismo de Jesús, tiene un papel fundamental María. Ella es la madre que acompaña, que vive desde el corazón, profundiza, está atenta. Por eso indica la falta de vino y, sobre todo, la frase central “haced lo que Él diga”. María confía plenamente en su Hijo, sabe que puede remediar, transformar cualquier situación adversa. Ella siempre nos conduce a Jesús, a escuchar su Palabra, a contemplar sus gestos y signos. Que importante que expresemos a María aquello que necesitamos, seguro que se lo presenta a su Hijo.
Jesús recuerda que no ha llegado su hora. El tema de la hora recorrerá el cuarto evangelio hasta el final. Hasta el momento en que esa hora, su glorificación, su muerte y resurrección lleguen a cumplimiento. Jesús anuncia lo que progresivamente va preparando, su final definitivo y glorioso. De momento, transforma el agua de las purificaciones de los judíos en vino nuevo y bueno. Ya no es necesaria la ley y todos sus rituales, en presencia del novio Jesús, la vida tiene otro color, otra dimensión, otro sentido. Lo que importa es encontrarnos con el maestro, con el Señor y Mesías. Ese agua convertida en vino, anuncia de alguna manera, el vino de la nueva alianza que nos salvará. Aquél que cada domingo, en cada Eucaristía es transformado en la sangre que nos redime.
Con Jesús ha comenzado un tiempo nuevo. Dice el evangelio que creció la fe de los discípulos en Él. Estamos en el año de la fe. No perdamos la oportunidad, un domingo más, de encontrarnos con Jesucristo, de escuchar y acoger su Palabra, de celebrar con fe el sacramento de la Eucaristía en el que compartimos el pan de vida y el vino de la salvación.
Luis Gurucharri Amóstegui