SE LOS LLEVÓ A UNA MONTAÑA ALTA
Celebramos el segundo domingo de Cuaresma. La liturgia de la Palabra, en este tiempo, tiene un marcado carácter catequético. Pretende hacernos reflexionar en los temas más importantes que fundamentan nuestro bautismo.
La primera lectura del libro del Génesis narra el comienzo de la promesa de Dios a Abrahán. Dios toma la iniciativa de comunicarse y dirigir su palabra al primero de los patriarcas. Abrahán deberá salir de su tierra y de su casa y mirar más allá, la tierra que el Señor le mostrará. La tierra es el lugar donde el pueblo elegido podrá construir, hacer historia con su Señor. Es la promesa de la tierra, el pueblo, la descendencia. Y todo ello será una bendición, hasta en cuatro ocasiones se repite esta expresión. Dios bendice el proyecto de salvación y de vida que promete a Abrahán, bendice su nombre y todas las familias del mundo. Desde este primer momento, aparece la dimensión universal de la salvación ofrecida por Dios. Abrahán hizo lo que el Señor le había dicho.
El evangelio nos presenta el pasaje de la Transfiguración. Si la semana pasada Jesús reza y es tentado en el desierto, esta semana vemos cómo se lleva a sus colaboradores más cercanos a una montaña alta. La montaña es el lugar geográfico y teológico por excelencia, allí se había manifestado el Señor a Moisés en el Sinaí, en el monte Carmelo Elías venció a los profetas de los dioses paganos. Jesús se aparta con Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta. Allí se transfiguró, se transformó delante de ellos. Se produce esta teofanía en la montaña. Cambia el rostro de Jesús, sus vestidos se vuelven blancos como la luz y se aparecen Moisés y Elías conversando con Él. Antiguo y Nuevo Testamento en dialogo. Pedro expresa en voz alta el deseo de quedarse allí, es la tentación de quedarse en la anticipación de lo que tiene que ocurrir, de evitar el verdadero final de Jesús, la muerte y resurrección. También una nube luminosa cubre con su sombra la escena y se oye una voz desde ella. La voz de Dios, como en el bautismo del Señor, presentando a Jesús como Hijo, amado y predilecto de Dios. Títulos que evocan las profecías de Isaías. Y finalmente, la invitación a escuchar a Jesús. En el camino que queda hasta el final, hay que seguir las enseñanzas del Maestro, hay que escuchar a Jesús. Sin esa escucha, con los anuncios de su pasión muerte y resurrección será imposible comprender y vivir el desenlace final.
En esta Cuaresma necesitamos escuchar a Jesús. Sólo así podremos comprender y vivir el triduo pascual, sólo desde las Palabras y enseñanzas del Maestro, podremos vivir la Pascua el paso renovador y vivificador del Señor por nuestra vida.
Que esta Eucaristía dominical sea como una experiencia de Tabor, que encontrándonos con el Señor, nos animemos a seguir escuchando su Palabra, para llegar a vivir en plenitud los días que se acercan.
Luis Gurucharri Amostegui.