Si no os convertís,...
Llegamos al tercer Domingo de Cuaresma. La Palabra de Dios sigue acompañándonos en este camino cuaresmal. Poco a poco nos va mostrando y revelando que el Señor es compasivo y misericordioso como dice el Salmo 102. Ahí está la clave de nuestra conversión. No en un ejercicio de cambio o transformación personal para caer bien, para sentirnos mejor, únicamente; sino en experimentar a Dios Padre que con entrañas de amor gratuito, de compasión sincera, está siempre dispuesto a acogernos, a darnos una nueva oportunidad.
La primera lectura del libro del Éxodo narra la vocación y misión de Moisés con la revelación del nombre de Dios. Moisés percibe unas señales extraordinarias, un espectáculo admirable que le hace ver y escuchar la voz de Dios que le llama. Él se muestra disponible. Debe descalzarse y taparse la cara ante el Misterio de Dios que le llama y envía. El Dios de la historia, el de los padres anteriores a Moisés, ha visto y oído la opresión de su pueblo, el sufrimiento que vive por sus opresores egipcios. Esta es la compasión divina, no un sentimiento de pena que deja impasible e indiferente, sino el sentir con, ponerse en el lugar de otro, dejarse afectar, padecer con el que padece. Por ello la misión de Moisés será la de liberar, salvar a su pueblo de ese sufrimiento. Pero aquí viene el problema, la dificultad, en nombre de quién se siente enviado Moisés. El versículo catorce del capítulo tercero del Éxodo contiene la revelación del nombre del Señor. En aquella cultura conocer el nombre era conocer de la identidad más profunda de esa persona, en este caso de Dios mismo. Dios se muestra aquel que es y que estará siempre con su pueblo. La expresión hebrea permite interpretar que Dios es el que es, quien da la existencia, pero, además aquel que siempre va a estar con su pueblo. El Dios que ha estado, está y permanecerá siempre con los suyos de generación en generación.
Tenemos la tendencia de interpretar este versículo de modo metafísico, filosófico, somos deudores de nuestra cultura occidental. Pero la revelación del nombre de Dios sugiere presencia amorosa, intervención favorable, ayuda permanente de Dios para su pueblo. La verdadera compasión y misericordia.
El evangelio precisamente destaca la dimensión de conversión. Jesús invita a la conversión para no perecer. Quien rompe con Dios y los hermanos, acaba sin vida, se autodestruye. Por eso la parábola que cuenta Jesús nos recuerda la nueva oportunidad que Dios siempre nos ofrece. Esta Cuaresma, esta semana, hoy mismo, es tiempo oportuno. Hagamos experiencia del amor de Dios y volvamos nuestra mirada, nuestro corazón a Él y a los hermanos. El Señor espera los frutos de esta conversión, de este cambio de mentalidad que impregna toda la vida de la persona.
Es tiempo de intensificar aquellas prácticas cuaresmales que nos ayudan a favorecer este cambio en nuestra vida. La oración sincera, auténtica, constante, dejándonos llenar de la presencia del Señor. Y pidiendo, especialmente en este tiempo por toda la Iglesia, para que su Espíritu esté presente en todas las decisiones que estos días se toman en Roma.
Luis Gurucharri Amóstegui.