Dichosa tú, que has creído.
Isabel, llena del Espíritu Santo dirige esta bienaventuranza a María, que a su vez había sido fecundada por el don de ese mismo Espíritu. Estamos en el cuarto domingo de adviento. A punto de celebrar la Navidad, y nadie mejor que María para acompañarnos, guiarnos en el último tramo de este tiempo.
Un nuevo profeta, Miqueas que pronuncia un oráculo de restauración. El jefe de Israel saldrá de Belén, una pequeña aldea de Judá. Este es el camino que el Señor elige, lo pequeño e insignificante, lo que aparentemente no cuenta, lo sencillo y humilde. Belén era la ciudad de David, por tanto se cumplirá la promesa mesiánica. Uno de sus descendientes pastoreará con la fuerza del Señor, hasta los confines de la tierra y lo hará trayendo la paz.
También María es una mujer sencilla, pero llena de Dios, agraciada con su amor. Por ello se pone en camino para encontrarse con Isabel, mucho más mayor que ella y en estado de buena esperanza. María aparece así como la mujer disponible a las necesidades de los demás. El encuentro de las dos mujeres rebosa vida, gozo, bendición, dicha, felicidad y fe. María, en palabras de Isabel, es bienaventurada por haber creído y porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá. Más adelante en el evangelio Jesús reconocerá que su madre es dichosa por escuchar y cumplir la Palabra. Aquí está la clave de la fe, en escuchar y cumplir esa Palabra. La fe no puede suscitarse si no se proclama, se escucha y se conoce la Palabra. La fe no puede crecer si no es al paso y compás de la Palabra. La fe no puede llenar la vida, dar sentido si no se materializa en compromisos que vienen de la escucha atenta de la Palabra. Por ello hay que escuchar, acoger y cumplir, llevar a la práctica personal y comunitaria esa Palabra.
María es modelo para toda la Iglesia y para cada creyente en particular. Ella es como nosotros, por ello nosotros podemos ser como ella. Felices por escuchar, creer y cumplir la Palabra de Dios. Es cierto que tenemos dificultades personales: nos cuesta el silencio interior, no vivimos para la escucha, para pararnos, sino atropelladamente y con tantos ruidos. También el momento social que vivimos es duro, difícil para tantas personas y familias a las que hemos de atender y ayudar como María a Isabel. Los creyentes hemos de confiar en salir adelante, con nuestra fe, también con nuestro compromiso en favor de la justicia y la paz de la que tanto nos han hablado los profetas.
La carta a los Hebreos también nos habla del Misterio de la Encarnación. Jesucristo se ha ofrecido “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”, en su cuerpo ha realizado el acto cumbre de amor al entregarlo íntegramente al Padre. El misterio de la Encarnación nos remite, apunta al de la Redención. Uno sin otro no se entienden.
Vivamos expectantes el poco tiempo que falta para la Navidad. Escuchemos la Palabra, seamos disponibles, fortalezcamos nuestra fe. El Señor está a la puerta.
Luis Gurucharri Amóstegui