SEMANA SANTA GENUINA Y FECUNDA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Este año el Señor nos concede vivir una Semana Santa diferente, que ha de ser para nosotros experiencia de gracia, oportunidad de salvación. Hemos de aprovechar esta ocasión para expresar con mayor intensidad nuestro agradecimiento al Señor por su pasión, muerte y resurrección. No estaría bien vivir estos días santos solamente desde nuestras carencias. Hemos de vivirlos desde las posibilidades que el Señor nos ofrece.
Nuestras limitaciones son evidentes: desde el confinamiento que limita nuestros desplazamientos para el bien de todos, hasta las privaciones que se acentúan dentro de nosotros y a nuestro alrededor con el paso de los días. Pero estas dimensiones de la realidad no son toda la realidad. Un célebre autor escribió: “Las quejas son como las mecedoras: te entretienen, ¡pero no te llevan a ningún sitio!”. Y también: “Las quejas son un agujero negro en el que se desintegra la energía”.
Es preciso que en Semana Santa se activen todos los carismas, que son manifestaciones del Espíritu para el bien común. Es necesario vivir una Semana Santa genuina en su contenido y fecunda en sus frutos. Es imprescindible que nuestros sentidos funcionen a pleno rendimiento. Es urgente que despierte nuestra sensibilidad.
1) El tacto, limitado en las expresiones de afecto y de reconocimiento hacia los demás. Pero vivido con mayor sinceridad en diversas formas de atención, de cuidado, de cercanía, de solidaridad, de amor fraterno. Percibimos el toque delicado de la presencia de Dios y deseamos prolongar con nuestros actos esta presencia que acompaña.
2) El olfato, para ser buen olor de Cristo, “incienso de Cristo ofrecido a Dios” (2 Cor 2,15), y para detectar, con el sentido agudizado, las necesidades de quienes nos rodean. Se activa el olfato cuando descubrimos todo lo que no se ve, pero existe en forma de limitación o carencia. Percibimos la fragancia del evangelio, que se difunde a través del testimonio y de la palabra, como anuncio que sana, transforma y renueva.
3) El gusto, para saborear la convivencia, los pequeños detalles de la vida cotidiana, los gestos que dan sabor. Recordamos, una vez más, que la sabiduría se identifica no tanto con los “saberes”, sino, más bien, con los “sabores”. Y reconocemos que las personas sabias son las que perciben el gusto de la vida, las que saborean los delicados momentos.
4) La vista, para contemplar las maravillas de la creación y los prodigios de la historia de la salvación. Hemos de levantar la mirada para ver más allá de lo inmediato, para sentirnos mirados por el Señor y percibir su misericordia. Miramos a Jesucristo sufriente, humillado, despreciado, como varón de dolores. Vemos sus llagas, su costado abierto, su cuerpo ensangrentado. Vemos el manantial de vida que brota de su pecho: el don del agua del bautismo y la sangre de la eucaristía y toda la vida sacramental que de ahí nace. Y vemos, también, las llagas de quienes sufren cerca y lejos.
5) El oído diligente y atento para escuchar la Palabra de Dios que descubre el sentido de toda la historia, el significado de la pasión de amor de Jesucristo y que nos regala el anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte. Superemos nuestra sordera. No seamos insensibles ante los gritos de los más vulnerables. Percibamos el susurro de la brisa suave de la Palabra viva.
Durante esta Semana Santa, no nos dejemos llevar por “un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía” (Gaudete et Exsultate 122). Es una semana santa y santificadora.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ D. Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca
5 de abril de 2020