“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…
“Paz a vosotros” (Luc, 24)
Desde Pascua hasta Pentecostés es como un gran domingo de cincuenta días, ¡tan grande es la fiesta de la Resurrección del Señor! Ya lo dice el Salmo 117,24: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
El día de Pascua realmente el Señor hizo muchas cosas: primeramente estaría con la Virgen, como dice la tradición y como se desprende del hecho de que no estuviera con las mujeres que acudieron el domingo a embalsamarle; después con María Magdalena, para subir al Padre a continuación; hizo los doce km de Jerusalén a Emaus y por último, ese mismo día por la noche, “estando los discípulos reunidos con la puerta cerrada, por miedo a los judíos, se puso en medio de ellos”. No estaba Tomás y el Señor, que da oportunidades sin medida, no quería perder otro discípulo y le dio una nueva ocasión ocho días después. ¡Tan grande es el amor que tiene por todos nosotros! y aprovechó para dirigirnos una bendición a los que creemos sin necesidad de las pruebas de Tomás. Cuando esto escribe San Juan, desde la isla de Patmos, seguramente ya no quedaba nadie más que él, que hubiese sido testigo directo de estos acontecimientos.
La manifestación del amor del Señor se refleja en otra circunstancia, que es buscada por El. Les había dicho que les precedería hasta Galilea, donde tiene lugar el episodio repetido de la pesca milagrosa y, sobre todo, lo que acontece después de comer lo que el Señor les había preparado. Se lleva a Pedro a dar un paseo por la playa y sucede lo que relata San Juan en 21,15; El Señor le pregunta a Pedro ¿Me amas más que estos? Pedro, curado ya de la soberbia, después de las negaciones, no le contesta directamente. Solo le dice:”Señor tu sabes que te amo” y así hasta tres veces para compensar las tres negaciones. Nuestro querido Papa Benedicto, gran exégeta, nos hace ver que hay un defecto en la traducción del Evangelio de San Juan, escrito originalmente en griego, Cuando el Señor pregunta lo hace utilizando el verbo agapáo, cuya traducción exacta es “amar”, amar sin limitaciones, amar por encima de todo, amar sin reservas; Pedro contesta con el verbo filéo, que traduciríamos por querer, un escalón por debajo de amar; la segunda vez, igual; el Señor utiliza agapáo y Pedro vuelve a contestar con filéo; lo fantástico es la tercera pregunta en la que el Señor ya utiliza el verbo de Pedro, queriendo que comprendamos que, en su bondad, ni siquiera en eso es exigente. El Señor quiere que le amemos como cada uno pueda y sepa, pero que le amemos.
San Pablo en I Cor, 13,4 nos da una pista de cómo quiere el Señor que sea nuestro amor: “La caridad es paciente, bondadosa, no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece, no es insolente, no mira el interés propio, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Fijémonos que la caridad no caducará nunca, el Amor es eterno; la esperanza no tiene sentido en la otra vida y menos aún la fe, ante la evidencia de la grandeza de Dios. Solo la caridad perdurará. O sea que hay que ir entrenando y para ello lo mejor es abandonarse en el Señor, estar siempre seguros de que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ayuda y que nos anima a recomenzar cada vez. ¡Que bonito el himno que rezamos en la hora intermedia el Viernes I!, “Ando por mi camino, pasajero, / y a veces creo que voy sin compañía, / hasta que siento el paso que me guía, / al compás de mi andar, otro viajero./ No lo veo, pero está. Si voy ligero, / el apresura el paso; se diría / que quiere ir a mi lado todo el día, / invisible y seguro compañero. / Al llegar al terreno solitario, el me presta valor para que siga, / y, si descanso, junto a mí reposa.
Pues que sintamos la presencia del Señor a nuestro lado durante todo este tiempo, porque realmente está.
Félix Rodríguez…